La humildad está relacionada con la aceptación de nuestros
defectos, debilidades y limitaciones. Nos predispone a cuestionar aquello que
hasta ahora habíamos dado por cierto. En el caso de que además seamos vanidosos
o prepotentes, nos inspira simplemente a mantener la boca cerrada. Y solo
hablar de nuestros éxitos en caso de que nos pregunten. Llegado el momento, nos
invita a ser breves y no regodearnos. Es cierto que nuestras cualidades forman
parte de nosotros, pero no son nuestras.
La paradoja de la humildad es que cuando se manifiesta, se
corrompe y desaparece. La coletilla “en mi humilde opinión” no es más que
nuestro orgullo disfrazado. La verdadera práctica de esta virtud no se predica,
se practica. En caso de existir, son los demás quienes la ven, nunca uno mismo.
Ser sencillo es el resultado de conocer nuestra verdadera esencia, más allá de
nuestro ego. Y es que solo cuando accedemos al núcleo de nuestro ser sabemos
que no somos lo que pensamos, decimos o hacemos. Ni tampoco lo que tenemos o
conseguimos. Ésta es la razón por la que las personas humildes, en tanto que
sabios, pasan desapercibidas.
En la medida que cultivamos la modestia, nos es cada vez más fácil
aprender de las equivocaciones que cometemos, comprendiendo que los errores son
necesarios para seguir creciendo y evolucionando. De pronto ya no sentimos la
necesidad de discutir, imponer nuestra opinión o tener la razón. Gracias a esta
cualidad, cada vez gozamos de mayor predisposición para escuchar nuevos puntos
de vista, incluso cuando se oponen a nuestras creencias. En paralelo, sentimos
más curiosidad por explorar formas alternativas de entender la vida que ni
siquiera sabíamos que existían. Y cuanto más indagamos, mayor es el
reconocimiento de nuestra ignorancia, vislumbrando claramente el camino hacia
la sabiduría.
La
humildad nos permite silenciar nuestras virtudes, permitiendo que los demás
descubran las suyas"
Padre
Nuestro…